Sabina vuelve a bajarse del escenario en Madrid

Madrid nunca reniega de Sabina, en las duras y las maduras. Es su plaza grande, y el Palacio de los Deportes, las Ventas de este «paleto de Úbeda perdido en la Gran Vía». Lo necesitamos. Los buenos y honestos ciudadanos –los que nos levantamos a las 7:30 y atestamos los metros camino de la rutina– necesitamos de un Sabina que se haya bebido todo por nosotros, que ya mucho antes de que llegáramos estuviera aquí, en Madrid («allá donde se cruzan los caminos»), para contarnos la fascinación de los bares y los amores neuróticos. Alguien capaz de desdecirse de todo a sus 69 años, de mostrar debilidad, y salir airoso. Como en diciembre de 2014, cuando lo del «Pastora Soler», un ataque de pánico escénico que le hizo abreviar su primer concierto en cinco años en el Palacio de los Deportes. O como ayer, réplica potente de aquel episodio, en que abandonó a mitad de función delegando en su banda durante la interpretación del clasico “Y sin embargo”.

El público no se lo afeó en 2014. Todo lo contrario. Y ayer, fuera de algunos pitos, tampoco. Pues a estas alturas hay cierta sensación de que el gran Sabina está en los bises de su carrera, que viaja de propina, y hay que aprovechar cada ocasión para rendirle tributo. En esta misma gira, «Lo niego todo», que arrancó hace un año en Ciudad de México, ha dado un par de sustos: una caída y una trombosis le han hurtado hasta seis espectáculos a sus seguidores. Pero ahí sigue, cantando y contando cómo somos, hablando de putas, santos y Hacienda, tan de moda: «He defraudado a todos, empezando por mí».

Después de un sentido “Yo me bajo en Atocha” en el que se advirtió la emoción a flor de piel, fue precisamente con este «Lo niego todo» que se ha anclado en el corazón de sus seguidores más que ningún otro tema del último disco –porque hasta en su modo de desmontar su propio mito hay mucho de canalla y de reivindicación– que arrancó el concierto. Hay quien viene por la vigencia de sus letras y se sabe de memoria «Quién más, quién menos», «No tan deprisa» y ese «Lágrimas de mármol» en que, con rabia, gritó Sabina “superviviente, sí, maldita sea”… y hay quien busca en su música un mito arraigado entre los 80 y los 2000: esa línea que va de «Malas compañías» o «Juez y parte» hasta «19 días y 500 noches» y «Nos sobran los motivos». Ese Sabina que cantamos en la ducha cuando estamos «pichí pichá»o que siempre elige un colega en su turno en el karaoke; el que nos gusta a pesar de que la edad le obligue a modular la voz, o a apoyarse en sus invitados como Jaime Asúa, guitarrista de Los Alarma, y un equipo que “me ha durado más que mis chicas”. Mara Barros interpretó, por ejemplo, “Hace tiempo que no me hago caso”, ese verso casual que García Márquez, ya senil, le regaló a Sabina en una charla intrascendente; mientras Pancho Varona se encargaba de “La del pirata cojo”.

“Creo q saben ustedes que en medio y al final de esta gira interminable he andado recorriendo pasillos de sórdidos hospitales. Si alguien os cuenta que eso de envejecer es una cosa fantastica por la experiencia y la sabiduría, mienten como bellacos; envejecer es una puta mierda”, confesó el cantante bombín en ristre. “Solo lo rejuvence a uno esos nervios que pasa cuando sube a un escenario en Madrid”, añadió para delirio general del público, en el que se mezclaban generaciones varias y artistas como Coque Malla que no querían perderse la perorata del maestro. Sabina recordó sus años de juventud en Londres y su encuentro con la música de la época: Dylan y los Stones. “Se me metió en las venas ese veneno del Rock and Roll. Vine de Londres con una pierda en la canción de autor, otra en el rock y la de enmedio… ya se imaginan ustedes”.

Y así estaba por llegar la mercancía más potente, empezando “Por el bulevar de los sueños rotos” (con Chavela en pantalla). Y tras ello, la advertencia: “No están viendo ustedes hoy un buen concierto por mi parte”, declaró Sabina ante un público más que entregado. “Bendito sean”, agradeció el cantante, que alegó que no se trataba de un problema de “voz”. Pero no dio para mucho más. La responsabilidad de dirigir “Y sin embargo” la cedió al público y a su equipo mientras abandonaba el escenario. La inquietud por el cantante duró un par de canciones. Y luego la sorpresa: cancelación apenas a la mitad del concierto por “afonía”.

Fuente: La Razón