Un empate que tiene un sabor amargo, porque pudo ser victoria. Pero dulce, porque la derrota fue impedida por una majestuosa actuación de Guillermo Ochoa, con cuatro atajadas monumentales.
Un 0-0 que no tiene ni un instante de lamento o pausa alguna de desaliento o de reproche. México jugó 90 minutos en un mano a mano brutal, irreductible, desafiante, con el anfitrión y favorito de esta Copa del Mundo.
Fueron 90 minutos desafiando la derrota, pero fueron 90 minutos reclamando la victoria. Sí, Guillermo Ochoa fue el punto de referencia, pero al frente, México sólo perdonó por imprecisiones, precipitaciones o nervios, para que Julio César sólo tuviera dos acciones dramáticas a disparos de Héctor Herrera y Paul Aguilar.
Y nuevamente El Tri jugó escoltado magníficamente. Los 10 mil mexicanos de la tribuna confrontaron con descaro y sin decoro a un estadio abarrotado de gargantas ansiosas de festejar el pase de Brasil a la segunda ronda. Pero, en ocasiones, el “Cielito Lindo” y el “Sí se puede”, terminaban por acallar los susurros de una samba inquieta y preocupada.
Como no me olvides, esa misma tribuna, cantó durante minutos a los zozobrados anfitriones: “Y dónde están, y dónde están, los brasileños que nos iban a ganar”. Silencio, la mejor y la peor respuesta.
SUFRIMIENTO COMPARTIDO
Veinte minutos. México resiste. Brasil le echa atrás. Le corta rutas, le anticipa. Le supera en la confrontación física, y de esa manera El Tri se encuentra metido en un callejón, resistiendo el acoso persistente de misiles amarillos en el área.
El drama sigue colgado con alfileres, 0-0. Si México se asomó al patio de Julio César, pero sin posición de fusilamiento, Brasil demuestra su hegemonía en manejo de pelota, y su mayor susto es un disparo de Héctor Herrera que se escurre apenas por el tejaban brasileño, gracias al manotazo del arquero, aunque el silbante Cakir no concede tiro de esquina.
La mejor respuesta inmediata de Brasil eriza los perfecto rizos de Memo Ochoa. El servicio flotadito al área es medido por Neymar. Su salto es perfecto. La figura se ondea para catapultar. El cabezazo era una acto homicida de premeditación, alevosía y ventaja. Ochoa disloca sus cinco falanges, falanginas y falangetas derechas para sacar la estocada mortal.
Neymar sólo sale de su asombro del acto circensemente protocolario, cuando de la tribuna desciende la brisa sobre Ochoa: “portero, portero, portero”.
El grito se duplicó cuando un genial pase de pecho de Thiago dejó solo frente a Memo a David Luiz, pero el ex arquero del Ajaccio salió a cerrarle la puerta y el tiró pegó en la pierna derecha de Memo.
¿Más dudas? ‘Maza’ Rodríguez afloja la marca y esta vez es Fred el que pretende fusilar. Pero Ochoa se arroja y cubre, abortando la ejecución, manchada, de nuevo, por aparente fuera de lugar.
Lo cierto es que El Tri recupera el principio fundamental de que sólo con dos, pueden despojar a un brasileño. Asumiendo que no son mejores futbolistas ni mejores atletas, imponen la esencia de ser mejores jugadores.
Los mejores rezongos y responsos del Tri, se dan cuando tras recuperar el balón encuentran un socio de desahogo y relevo, porque no sólo limpian la zona sino que los brasileños no son devotos en perseguir pelotas perdidas.
Pero entre el nerviosismo y precipitación de Layún, Gio, Herrera y Guardado, más la muralla de Ochoa, el 0-0 sobrevive también como acto de justicia nerviosa, que trasciende a una tribuna en la que los brasileños terminan por copiar de los mexicanos, esa extraña forma de castigar a los porteros adversarios.
TETE-A-TETE
En la reanudación México comenzó de nuevo en etapa de desazolve. Porque Brasil pretendía liquidar en el arranque del segundo tiempo. Parecía una misión urgente. De vida y muerte.
Y se fue confirmando la desesperación brasileña, porque a ese ímpetu le siguieron 10 minutos de desconcentración, que El Tri capitalizó de inmediato: durante 10 minutos encerró a Brasil, que en un acto de desesperación se olvidó del aseo y la gala, y estrictamente reventaba cualquier infiltrado en el área.
En esa alternancia del poder, del control del juego, Brasil vuelve a encontrar a Neymar en posición perfecta de gol. Con arrogancia la acuna y la acomoda desde el pecho. Su disparo no lleva potencia, pero pretende colarse a la derecha de Ochoa, quien adivina y escupe el balón.
Neymar volvió a probar a Memo en un tiro pegado al poste que tenía cara de gol, pero de nuevo Ochoa, ahora, entre pecho, antebrazo y estómago, cerró con valentía.
En ese acoso brasileño, Miguel Herrera recuerda su promesa. Y envía como emisarios de una esperanza a ‘Chicharito’ Hernández por Oribe Peralta y a Marco Fabián por Héctor Herrera, arriesgando incluso la recuperación en media cancha.
Si ya el árbitro Cakir había sido extremadamente complaciente con Thiago, perdonándoles dos amarillas, finalmente le saca la amonestación, en una entrada de rojo impúdico, por la espalda, sobre la pierna de apoyo de ‘Chicharito’, pero el cobro termina muriendo en la barrera.
Y mientras México empujaba, esta vez más apegado al esfuerzo que los lineamientos ideales de su recorrido, tratando de provocar, más que generar o crear condiciones de gol, Guillermo Ochoa se erige como el ángel guardián del Tri atajando un remate a quemarropa de Thiago, mientras que Paul Aguilar a los 90 le provoca temblorina con soberbio disparo que provoca una atajada convulsionada de Julio César.
Cero-cero, y ambos salen con tres puntos. Su futuro lo deciden ante sus rivales inmediatos: Brasil ante Camerún y México ante Croacia.
Fuente: ESPN