No existe guayaco o guayaca que no se vaya de rumba un sábado por la noche acompañado de unas deliciosas bielas vestidas de novia.
Luego al siguiente día el guayaco busca pasar el chuchaquí con un buen encebollado de balde y otra chela.
Sale a pasear con su family el domingo por la tarde al Malecón, sea 2000 o del Salado, sino se va al Play Land Park. Disfruta de merienda de un plato de arroz con menestra y carne asada y de beber cola helada – no más biela, mañana se camella – regresa a casa porque tiene que trabaja y el cuerpo necesita descansar.
El lunes muy temprano compra el desayuno, alista a sus peladitos para dejarlos en la escuela. Se despide de su jermu y deja a sus hijos en la escuela, pasa por la esnaqui y saludas a sus panas con el tradicional “que fue loco” o habla brothers, todo bien; agarra la buseta y después de repetirle algunas veces al señor conductor “Dale chofer, apura” llega a su trabajo.
Su día ha sido duro, pero todo vale por llevar “el pan a la mesa del hogar”. Cuando sale del camello se queda conversando con los amigos o se pone de acuerdo con ellos para irse de peloteo “una de estas noches”.
En casa la mujer lo espera con la merienda hecha o le saca billete para completarla porque la tiene a medio talle. La rutina se repite hasta que llega el fin de semana en donde termina de laborar y comienza a rumbear porque la madera que lo caracteriza se lo permite.
Así vive feliz porque esta ciudad le ha dado todo lo que un guayaco necesita: una linda familia, la comida que la caracteriza y la rumba que lo acompaña, por eso ama a Guayaquil.
Que vivía Guayaquil, que vivan los guayacos con “Madera de Rumberos”.